Testimonio de Fredy Yañez Cerda, voluntario en Haití de América Solidaria, expuesto en una intervención de Sebastián Zulueta en un encuentro del Instituto:
«Hace tiempo que no escribo de Haití, hace tiempo que algo no me duele tanto. El perder a tu madre y a tu padre te pone un poco insensible, la barrera del llanto se hace más alta y/o ya no sufres por tonteras que tienen solución, no sé.
A lo mejor es porque tampoco soy nuevo en esto, ya he sufrido en muchas ocasiones con las consecuencias de la injusticia, de la violencia… Ya sufrí con Camila, madre soltera de dos niños, que con tan sólo 15 años habitaba su húmeda mediagua en Renca; ya sufrí con Taina, adolescente ayorea (etnia del oriente boliviano), quién fue asesinada por un taxista mientras ejercía la prostitución; ya sufrí con la muerte de Robenson, mi vecinito de 3 años, a quién mis amigos de la Klinik no pudieron salvarle la vida por su avanzada desnutrición en Haití.
Lo de hoy fue diferente, ya he ido dos veces al infierno esta semana y todavía tengo que volver. Mi infierno es un enorme basural, un basural lleno de fuego y espeso humo que tiene un olor indescriptible que te cala el cerebro. Ese olor que no olvidas nunca, porque está asociado a un dolor, con él, sólo quieres vomitar. En mi infierno no existe la música, sólo gritos y ruidos de grandes máquinas. En mi infierno, no existe la calma, todo es violento, este es uno de los lugares más peligrosos de la ciudad, violencia por desesperación, que lleva a secuestros y muerte. Desde mi infierno ves el paraíso, el mar Caribe azul precioso, pero no te le puedes acercar, porque una espesa capa de residuos negra te separa de él.
En mi infierno viven personas y animales. Chanchos, chivos, vacas y personas, todos juntos, buscan desesperados entre la basura, entre la misma mierda buscan comida, comen mierda. Además, las personas buscan algo que poder vender, por un kilo de fierro te pagan 15 gourdas, 30 centavos de dólar, ni siquiera $200 pesos chilenos. Esas personas no son ni una ni dos, sino centenares de niños, jóvenes, adultos y ancianos, que viven y trabajan sobre el mismo vertedero. La mayoría va encapuchado, creyendo que un simple pedazo de tela los podrá cuidar de las enfermedades producto de inhalar basura.
Desde una capucha dos ojos se encuentran con los míos. Yo, Monsieur le Directeur du Projet de la Reconstrucción de la Escuela República de Chile, estaba dentro de una camioneta con aire acondicionado, haciendo el reconocimiento al lugar para traer los escombros del proyecto. Me quedó inmóvil.
Los ojos me miran y sus manos se mueven, sus dedos escriben una especie de llamado de urgencia en el capó de la camioneta. No sé cómo decirle a esos ojos que la cagamos, que con toda la humanidad entera la seguimos cagando. Que nuestro “modelo de desarrollo” nos lleva a consumir más, a no preocuparnos por los demás, a competir en vez de cooperar. Que nuestro consumo genera más basura, que esa basura se hace humo en este infierno, que ese humo entra en sus pulmones y que lo está matando por dentro. ¿Cómo le digo que no nos interesa reducir nuestros consumos, reutilizar y reciclar? ¿Cómo le digo que él no es importante para nosotros?
Los “blancos” nos asombramos de la cantidad de basura que hay en las calles de Port-au- Prince, pero no conozco a un solo blanco que se haga cargo al 100% de los residuos que genera, que estoy seguro son muchísimos más que los del haitiano promedio. ¿Es bien fácil decirle a otros que lo hagan cuándo uno no hace nada? Como las naciones ricas y su absurdo consumo, su absurda huella ecológica, su llamado a crecer hasta el infinito, cuando sabemos que tenemos un planeta finito que se está acabando.
Hoy me duele el alma y lloro. No creo en lo que hemos construido como sociedad, aborrezco a la raza humana profundamente, no entiendo que sigamos destruyendo todo, no creo el que pongamos la ambición por el dinero antes que la felicidad de las personas, no creo el pongamos al desarrollo económico, por encima de la promoción del buen vivir en armonía con la naturaleza.
No puedo creer que hayamos transformado a Haití, la perla del Caribe, en el mismísimo infierno.
Hoy me duele el alma y no sé cómo arreglarlo. Hace tiempo que no me sentía tan inútil.»